Democracia Cristiana es una ideología política que ha existido desde los fines del siglo XIX, cuando el Papa León XIII escribió la encíclica Rerum Novarum, una respuesta al socialismo y a los nuevos sindicatos en la cual el Vaticano reconoció las privaciones del trabajador y se dispuso a aliviarlas.
La doctrina demócrata cristiana no surge por una decisión voluntarista, consecuencia de una mera especulación intelectual. Es por el contrario, en sus orígenes, una respuesta a la situación que a mediados del siglo pasado,
En este sentido, y para calibrar cabalmente el contenido y alcance de la prístina propuesta demócrata cristiana, resulta conveniente considerar la filosofía que en forma hegemónica orientaba las políticas económicas y conformaba la sociedad
Es la primera encíclica social de la IGLECIA Católica. Fue promulgada por el papa León XIII el viernes 15 de mayo de 1891. Fue una carta abierta dirigida a todos los obispos, que versaba sobre las condiciones de las clases trabajadoras. En ella, el papa dejaba patente su apoyo de formar uniones o sindicatos, pero sin acercarse al socialismo marxista, pues también se reafirmaba en su apoyo al derecho de la privada. Además discutía sobre las relaciones entre el gobierno, las empresas, los trabajadores y la Iglesia, proponiendo una organización socioeconómica que más tarde se llamaría corporativismo.
Los partidos democratacristianos suelen decir que son de “inspiración cristiana”, en buena parte por influencia MRITANIANA Incluso al calificar de cristiana la democracia parece subrayarse esta idea. Dentro de las filas del propio social-cristianismo la cuestión del nombre ya ha sido muy debatida. Y de hecho algunos de estos grupos políticos han desechado la etiqueta por cuanto compromete y responsabiliza a los miembros en esta cuestión.
Etimológicamente “democracia”; viene del griego “demos” (pueblo) y “kratos” (poder). Por lo tanto, debe ser el poder del pueblo. Su definición puede ser la forma de organización social y política donde cada individuo participa directa y libremente en todos los actos que benefician y fortalecen la sociedad. Dice Maritain que “la tragedia de las democracias modernas consiste en que ellas mismas no han logrado aún realizar La Democracia”.
El papel principal de la democracia debe ser ocupado por la Persona Humana. La primacía no es para el Estado, ni para el capital ni tampoco para el Mercado, como en otros sistemas. La democracia es también la fe de los derechos de cada persona, para desempeñarse en la vida social. Es la Persona Cívica, y esos derechos deben desarrollarse en la actividad económica, política y social. La palabra Democracia, como la usan los pueblos modernos, tiene un sentido mucho más amplio que en los tratados clásicos de la ciencia gubernamental.
Primero, y ante todo, designa una filosofía general de la vida humana y de la vida política, así como un estado de espíritu: “No sólo el estado democrático viene de la inspiración evangélica, sino que no puede subsistir sin ella”. La Iglesia Católica aclaró su posición al respecto en la Quadragesimo Anno, una encíclica hecho por el Papa Pío XI en 1931. Aunque hay muchas formas de democracia cristiana, generalmente están de acuerdo en ciertas materias. Su idea del Estado no corresponde a la de los liberales: debe ser descentralizado y estar compuesto de varios conjuntos, pero debe tener una capacidad indiscutible. Los democratacristianos creen que la sociedad debe ser responsable de la economía, pero no discuten los principios del capitalismo, creen que debe haber un capitalismo con rostro humano, lo que lo diferencia de la socialdemocracia.
La democracia cristiana se parece más al socialismo cristiano en que cree que el deber del Estado es cuidar de sus ciudadanos. Fue a finales del siglo x1x cuando surgieron en el norte de Francia, y en zonas de Belgicay Holanda los primeros grupos que se autodenominaron democratacristianos. Esta fórmula de sindicalismo confesional representó un choque con el catolicismo tradicional, lo que obligó a la intervención del Vaticano. El Papa, León XIII, con la encíclica Graves de Communi rechazó el sindicalismo que implicaba la lucha de clases.
A principios del siglo xx, en Italia, el político CATOLICO Sturzo fundó el Partido Popular Italiano una formación que se definía como democristiana. El Vaticano, que seguía tutelando la participación de los católicos en la vida pública, estableció como límite los pactos o acuerdos con los partidos considerados ateos. Conjuntamente con el resto de su obra durante su largo reinado como Papa (1878-1903), la encíclica tuvo un efecto profundo en la Iglesia Católica, en su jerarquía y en el mundo moderno. En esa época su apoyo a los sindicatos de trabajadores y un salario justo fueron vistos como radicalmente izquierdistas. Otras declaraciones también parecían ser opuestas al capitalismo. Muchas de las posiciones de Rerum Novarum fueron completadas por encíclicas posteriores, especialmente Quadragesimo Anno (1931) de Pío XI, Mater et Magistra (1961) de Juan XXIII, y Centesimus Annus (1991) de Juan Pablo II.
Provocó una reforma en medio de una Iglesia donde varios sectores reclamaban que se abandonaran posiciones politica afines a los gobiernos y a los sectores dominantes para que la Iglesia se encargara únicamente del oficio religioso ecuménico. La democracia participativa auténtica no es más que un medio político que exige una capacidad de intervención directa y eficaz de cada ciudadano, estructurada por un estado de derecho, en el proceso de tomar decisiones en todos los niveles de la vida pública. Jacques Maritain, un filósofo francés que fue precursor de la ideología política demócrata cristiana, sentó muchas de las bases conceptuales y filosóficas del mecanismo político participativo hacia el que derivamos en la actualidad en obras muy pertinentes, como fueron “El Hombre y el Estado” y “Humanismo Integral”.
El cristianismo plantea que, antes de establecer un modelo de sociedad democrática como la quiere y la desea la mayoría del pueblo, es necesaria una conversión del hombre en lo social, en lo político, en lo económico y en lo espiritual. Es preciso que ese cambio lo haga capaz de innovar, empezando por sí mismo. El hombre nuevo exigirá una nueva sociedad, y el cristianismo puede ofrecer ese nuevo sistema democrático. Esto quiere decir que la democracia participativa no apunta tampoco a una oclocracia de las masas gobernando a golpes del capricho popular. No es así, porque estas oclocracias entronizan tarde o temprano a un líder mesiánico que acaba asumiendo facultades de dictador.
Por eso hay que insistir en el consenso nacional indispensable en materia jurídica y constitucional que desarrolle a plenitud la aplicación y el respeto de los derechos humanos y las libertades fundamentales internacionalmente reconocidas. Sin ese requisito, la participación puede convertirse en una odiosa dictadura de las mayorías, que siempre evoluciona fatalmente hacia la oligarquía totalitaria y minoritaria. Hay que insistir también en que es obligación indispensable de los gobernantes, en el proceso de administrar los mandatos de su pueblo, gestionar el bienestar y la felicidad de los ciudadanos del país, la provincia, el municipio o la ciudad o pueblo a su cargo. No hay pretextos válidos para justificar el fracaso de esta gestión, porque esa es la única razón de ser de los gobernantes.
Ese paso definitivo hacia la democracia participativa implica un firme e inquebrantable poder judicial y una cultura política y social que acepte el desacuerdo de los demás, que respete los derechos de la minorías y que busque incansablemente el consenso antes de proceder a la fórmula mayoritaria. Además, cuando la fórmula mayoritaria sea indispensable para superar un impasse, que la constitución y las leyes contemplen mecanismos. Hoy en día, la gran mayoría de los sistemas democráticos, funcionan por medio de la representación; podemos imaginar lo complicado que sería de otra manera, con la población actual de los países.
Dentro de la democracia, quienes tienen el beneplácito, para ostentar los cargos públicos, son los integrantes de los poderes políticos. Es así, como los partidos políticos, son quienes potencian y fortalecen a la democracia. Por medio de su actuar y la alimentación de participantes, quienes escogerán por medio de las distintas elecciones, los cargos de los poderes ejecutivos y legislativos, en la mayoría de las naciones democráticas. Aún cuando, en algunas de ellas, la ciudadanía, también puede escoger a ciertos integrantes del poder judicial.
Es así, como la separación de los poderes del Estado, es uno de los pilares fundamentales de toda democracia. Cada uno de ellos es independiente y existe un control constante de uno sobre el otro. Aquello redunda en un control sobre el actuar de los mismos y evitar casos de corrupción o ilegalidades de los mismos; lamentablemente, en algunos casos estos poderes se coluden y la corrupción se hace generalizada, como aún vemos en algunos países, sobretodo en aquellos que se encuentran en vías de desarrollo.
La democracia, por su propia naturaleza, es un proceso caracterizado por una enorme diversidad. Tan diversa como grupos humanos puedan existir con diferentes circunstancias, necesidades y aspiraciones. Por el contrario, los regímenes absolutistas, autoritarios, teocráticos, totalitarios o dictatoriales adolecen a través de la historia del mismo patrón nefasto de centralización del poder bajo el disfraz de la “unidad nacional”. Contrastan los sistemas auténticamente democráticos, porque cuanto más lo son, mayor es su tendencia a la descentralización. La historia nos demuestra su evolución en esa dirección.